Si ni él mismo se lo cree, ¿por qué deberíamos los demás?
Entró en meta e inmediatamente se llevó las manos al casco en un gesto interpretado universalmente como de incredulidad. Después siguió con su zambomba de niñato y se fue a desplomar al suelo -de manera medida, como los malos actores- mientras era agasajado por la nube de fotógrafos. 18 años después un holandés volvía a ganar la carrera nacional por excelencia, y lo hacía vestido con el maillot de campeón nacional.
Allí donde el Rabobank había fracasado repetidas veces con Thomas Dekker, Freire, Mollema, Gesink y Karsten Kroon iba a triunfar un corredor que no milita en el equipo-enseña holandés que siempre ha habido y que siempre habrá, porque el ciclismo es un deporte muy querido y practicado en Holanda, a pesar de que llevan 40 años buscando al sucesor de Zoetemelk.
Quizás sonrió por eso. Al revés que en sus triunfos en Waregem o en la Flecha de Brabante, celebrados con alaridos y gestos adustos, el fenómeno Mathieu Van der Poel sonrió al entrar en meta, una sonrisa teñida por ese gesto de incredulidad que resume perfectamente el ciclismo de hoy en día, ya rendido sin remisión al nuevo ídolo que lo va a curar de todos los males.… Leer más